Estamos anestesiados producto de la incredulidad que provoca asistir a una guerra. Una guerra que está ocurriendo en Europa, o sea, a las puertas de casa. Y digo asistir porque de momento no somos más que asistentes, espectadores. Y como tales nos manifestamos, opinamos y juzgamos. Observen que, en esta ocasión, no ofrecemos soluciones, cosa que en general nos permitimos hacer desde la posición de espectador ante cualquier conflicto ajeno. Y esto es en parte porque estamos anestesiados, y en parte porque tenemos miedo, y el miedo paraliza.
Tenemos miedo a que el conflicto escale. En cierta medida, miedo a que la economía termine de pararse en Europa, producto del egoísmo de quien no quiere ceder nada para defender unos principios que en realidad no lo son, pues no pasan de intereses. Y en mayor medida miedo a que las armas nucleares entren en juego. Y en este caso el miedo está justificado. La mera existencia de esas armas es un error imperdonable del que todos somos responsables. Y a pesar de que las hemos tolerado por decenas de años, solo ahora nos encogemos colectivamente mientras contenemos la respiración en el sueño de que, con eso apenas, podremos evitar lo que parece inimaginable.
Como inimaginable era para muchos asistir a una guerra en Europa. A pesar de las señales, que ahora se antojan claras, y a pesar de que no hace más de 26 años que terminó la última guerra en suelo europeo. Algunos recordamos bien la guerra en los Balcanes a comienzos de los años 90. Se estima que murieron más de cien mil personas. Vimos imágenes y escuchamos relatos de genocidios y atrocidades que creíamos haber dejado atrás.
Pero hoy quiero hablar de lo que no recordamos tan bien: lo que puso fin a aquella guerra, a aquel genocidio, y aquellas atrocidades. Los Acuerdos de Paz de Dayton que fueron firmados en diciembre de 1995 por las tres partes en conflicto -Bosnia, Yugoslavia (Serbia) y Croacia-, fueron el resultado de meses de negociaciones facilitadas por un arduo trabajo de mediación. Cuando un conflicto escala y el conjunto de percepciones erróneas, agravios, temores e intereses que lo alimentan estallan en agresión, violencia física y guerra las partes llegan a un punto parece de no retorno. Imperdonable, la absurda pérdida de vidas de familiares, amigos, colegas, compatriotas alimenta la guerra como el oxígeno alimenta el fuego.
Sin embargo, en medio de este fuego una y otra vez nuestra capacidad para abrir mentes, ablandar corazones y tender puentes a través de comunicación y colaboración constructiva es más poderosa que cualquier arsenal de armas. Lo fue en 1995 después de años de guerra atroz, como tantas veces antes a lo largo de la historia. Sabemos también que lo que ocurre en el campo de batalla condiciona tanto la posibilidad misma de la mediación y negociación, como su resultado, y por eso no podemos seguir anestesiados. Estamos obligados a participar, con la mente y el corazón puestos en la única salida posible, una negociación facilitada que consiga transformar las posiciones de las partes en intereses que se plasmen en un acuerdo.
Viendo las imágenes, escuchando los relatos, no podemos negar que es urgente parar la guerra. Y esto solo va a ocurrir cuando una parte pierda -algo que no parece probable- o cuando una mediación consiga vencer los primeros desafíos: establecer corredores humanitarios y un alto el fuego en primer lugar. Seguidamente, prevenir una escalada del conflicto y la entrada de otros países como partes militarmente activas con el fin de alejar la amenaza nuclear, debe formar parte del diseño de ese proceso de mediación. Y finalmente tratar los intereses de las partes, la integridad territorial y seguridad de Ucrania, la seguridad de Rusia y la imagen de su régimen político.
Un riesgo no puede ser ignorado, el de que una mediación en este caso consolide una violación de derecho internacional y de soberanía y derechos legítimos de un estado. Sin embargo, la salida al conflicto pasa por un acuerdo que solo se construye con esfuerzo y sacrificios, y las ventajas de la mediación para llegar a él son innegables: la tensión se reduce con la intervención de un tercero neutral, el carácter flexible de proceso permite negociaciones separadas -caucus- en las que el tercero navegue entre las posiciones hasta hacer compatibles los intereses de cada parte con la realidad del momento. Por otro lado, la interacción personal a lo largo del proceso tiene el potencial de rebajar la escalada militar, y el mediador puede ser usado como chivo expiatorio para rebajar la tensión que las inevitables concesiones de cada parte provocan en su seno.
Para Ucrania, como ha dejado claro su presidente, es la única salida. Para Rusia, participar voluntariamente en una negociación y acuerdo puede ser la única forma de salvar un futuro comprometido por las fuertes sanciones y el aislamiento casi unánime de una comunidad internacional que apoya a Ucrania con creciente decisión. Nuestra obligación es la de no cerrar los ojos a esta realidad y desde el dolor que deja la retirada de la anestesia, abrir también nuestra mente y nuestro corazón a un futuro que es de todos o no será de nadie.
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